Jigging en el Estrecho de Gibraltar

Tarifa es el punto más meridional de Europa y el más cercano al continente africano. Batida por los vientos, es una de las capitales mundiales del windsurfing y a sus playas acuden aficionados de todo el mundo. Pero las riquezas de sus aguas, ya conocidas y explotadas por los romanos, hacen de Tarifa un escenario incomparable para disfrutar de la pesca marítima en todas sus modalidades.

Por Thomas Komen

Para salir a pescar quedé a las 7.00 h con Víctor, el patrón de una Rodman 980 de chárter, delante de su barco en el pantalán 2 del puerto deportivo de Tarifa. La embarcación tenía un aspecto impoluto y las cañas de spinning y jigging estaban todas preparadas y montadas. No quedaba ningún cañero disponible.

Mientras nos saludábamos, Isidro, el marinero, ya había soltado amarras y estábamos saliendo por la bocana del puerto. Aunque la previsión era de calma chicha, había una buena brisa de levante nada más salir del puerto. Víctor explicaba que era el punto donde más pega el viento y anunciaba que el mar iba a estar perfecto ese día.

Atunes a los 15 minutos

Pusimos rumbo hacia el oeste para ir a practicar jigging ligero en los bajos, delante de Bolonia y Punta Paloma. Mientras contemplaba el fascinante escenario del Estrecho, veía cómo entraban y salían los buques de carga del Mediterráneo. A babor tenía los pueblos de Marruecos y el Atlas de fondo. En la estela del barco se adivinaba el Peñón de Gibraltar, que se escondía detrás de Tarifa. Cada vez que visito este fantástico sitio me quedo impresionado de la belleza del Parque Natural del Estrecho.

No llevábamos ni 15 minutos navegando cuando Ramón empezó a gritar: ¡Atunes!, mientras cogía rápidamente una caña de spinning con un paseante que parecía una barra de pan de lo grande que era. El señuelo tenía muchas marcas de picadas y le faltaba pintura por todos los lados. Estaba claro que ya lo habían mordido numerosos atunes. Acostumbrado a ver los ejemplares de rojo de 30-40 kg por la costa catalana, me quedé atónito al ver el tamaño de los atunes que estaban cazando en superficie. Calculaban que eran de unos 100 kg-150 kg y era impresionante ver la agresividad con la que atacaban a sus presas.

Pudimos acercarnos bien a la primera mola y, al segundo lance, Ramón ya tenía uno enganchado. Apenas podía levantar la caña durante la primera carrera. Después de unos minutos, pudo recoger algo de línea, pero en la segunda carrera, el animal dio unos golpes tan fuertes y violentos que rompió el trenzado nuevo de 80 libras.

Estuvimos persiguiendo un rato más los atunes, pero no era a lo que habíamos salido a pescar. Queríamos practicar jigging ligero. Así que fuimos directos hacia los bajos, en el lado Atlántico del Estrecho.

Jigging ligero

Conforme nos íbamos acercando a la marca, iba disminuyendo la profundidad. Pasamos de más de 500 m a sólo 70 m. Preparamos las cañas con inchiku de unos 150 gr y se desveló el secreto: había que poner unas tiras de calamar en cada anzuelo del señuelo. Ya había visto este truco en Islamorada (USA) donde ponen una gamba en el anzuelo del señuelo y funciona de maravilla.

Paramos el barco –la sonda indicaba 70 m– y no me podía creer todo el pescado que marcaba en el fondo. Había movimiento en toda la columna de agua, pero abajo, en el fondo se apreciaba una cantidad de pescado que en aguas mediterráneas nunca había visto. No sé si era porque la pantalla de la sonda era grande o porque tenia muchas ganas de pescar. Pero la cosa pintaba bien: había mucho pescado ahí abajo. En la pantalla apareció – lo que yo pensaba que era una gran roca en el fondo. No me lo podía creer cuando me dijeron que era un banco de carnada. ¡Increíble!

Víctor dijo que ya podíamos soltar los jigs. Había bastante corriente, así que cada uno lanzaba por turnos el señuelo en dirección contraria de la corriente. De esta manera se podía pescar de manera vertical durante un rato. Al caer el jig, había que estar muy atento para apreciar cuando había llegado abajo. Con tanta corriente se forma una parábola en la línea que hacía que fuera evidente saber cuándo el engaño había tocado fondo.

Empecé a hacer slow jigging, recogiendo poco a poco, desplazando el jig con movimientos rítmicos. Cuando me vio Víctor, me dijo amablemente que ellos no pescaban así por aquí. Me explicó que una vez había el jig tocaba abajo, se tenía que subir unos metros y mantener la caña prácticamente quieta para notar las picadas, el mar y las corrientes ya creaban suficiente movimiento. Los primeros segundos eran cruciales ya que los pargos y voraces inmediatamente venían a por el calamar. Si dejabas de tener picadas es que se habían comido todo el cebo fresco. Así que había que ser rápido y tener algo de práctica. Evidentemente mis acompañantes no era la primera vez que lo hacían y en cuestión de segundos, Ramón ya tenía la caña bien doblada. Con una gran sonrisa preguntaba irónicamente a los demás si no sabíamos pescar. Subió un pargo muy bonito de unos 2 kg –pequeño para su gusto– pero enorme para mí.

Volvió a bajar y acto seguido clavó un voraz, nombre local para los besugos. Hay que decir que los que subían eran de absoluto récord para mí, sin embargo eran normales para ellos. Una vez habíamos pasado las piedras, volvimos a remontar para hacer otra deriva. Copié la técnica de mis amigos y nada más tocar el fondo enganché un besugo muy bonito que me dio un buen combate.

A por meros

Después de haber hecho unas cuantas derivas y haber cogido una buena cantidad de pargos y besugos, la tripulación decidió cambiar de sitio para coger unos “meritos”. Al oír esto, se me arqueó la ceja pensado que se estaban de broma –como si se pescaran meros cada día, no?–.

Escéptico veía como nos acercábamos a la playa de Bolonia donde están las ruinas romanas de Baelo Claudio que datan del Siglo 2 AC . Fue un puerto base ideal para conectar con la vecina Tingis, la actual Tánger y además tenía una importante producción de salazones, pesca y la famosa salsa garum, muy apreciada por la alta burguesía en Roma. La pesca debía ser espectacular, ya que la almadraba y la captura de atún rojo eran la principal actividad de la ciudad.

Quedaba poco tiempo para soñar porque había que montar vinilos de 150 gr para pescar en unos 50 m-70 m de agua. Víctor explicaba que íbamos a pescar en un sitio con menos pargos y voraces, pero con más meros. Llegados al sitio observamos enseguida que había más corriente que antes. Al tocar fondo, había que levantar el señuelo rápidamente para no enrocar. Empezamos a pescar. No estuvimos ni 15 minutos cuando Ramón ya gritaba que tenía uno. Yo me decía a mí mismo: ¿Cómo voy a tener un mero, si estoy enganchado en el fondo? –Pues sí, era un mero– y además de unos 12 kg. ¡No me lo podía creer!

Funcionaban bien los vinilos. Además había que cerrar bien el freno, porque en caso de picada, había que levantar el mero del fondo y evitar a toda costa que se fuera para abajo. Si les das algo de hilo se pueden enrocar fácilmente y es imposible sacarlos de ahí.

Tuvimos que remontar para volver al punto inicial, ya que la corriente de unos 3 nudos nos había arrastrado en dirección a Tarifa. En la segunda deriva tuve suerte y enganché uno de algo menos de 10 kg. Después Isidro y Víctor también cogieron un mero cada uno, todos del mismo calibre, unos 10-12 kg. Lo curioso es que si no pescabas en el punto marcado en el GPS, no había ni picada.

Al ver que la mañana había avanzado, decidimos ir volviendo para estar a las 14 h en el puerto porque tenían otra salida de pesca de altura por la tarde. A la vuelta pasamos por el medio del Estrecho para ver si volvíamos a encontrar los atunes, pero no hubo suerte. Desde el fly se veían delfines y ballenas por todos los lados pero nada de atún.

Ya por la tarde, en la playa, con mi mujer, me iban llegando los mensajes telefónicos de Víctor comentando la salida de pesca de altura. En total cogieron 4 atunes aquella tarde, misiles de entre 150 kg y 170 kg.

Había pasado una mañana de pesca espectacular en un entorno que recordaré para siempre. Víctor, Ramón e Isidro me enseñaron técnicas nuevas y – aparte de ser encantadores, saben pescar como nadie. ¡Volveré! No sé si podré esperar un año para volver a pescar en el Estrecho de Gibraltar.