Curiosidades de los peces

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Cada individuo tiene su propia personalidad, con sus defectos, virtudes y rarezas. De la misma forma y según su grado de entusiasmo, los peces también tienen la facultad de obrar de distintos modos, ahora bien, al contrario que las personas, cualquier cambio que se produce en un pez siempre cuenta con una justificación.

Jamás veremos a un pez reaccionar de una u otra forma si detrás no hay unos objetivos claros que en muchas ocasiones van encaminados a velar por su propia seguridad o la de sus congéneres.

Hay situaciones muy frecuentes en determinadas especies, en las que vemos cómo ciertas transformaciones de su propio organismo tienen como único fin la mejora sustancial del periodo reproductor y en consecuencia, de la especie. Y es que la naturaleza es sabia, por mucho que algunos se empeñen en creer lo contrario.

Luchar por comer y no ser comido es la frase que mejor define la vida cotidiana de todos los seres vivos (menos el hombre) que, como en el caso de los peces, habitan en un medio como es el acuático.

La guerra por la supervivencia entre las más de 20.000 especies conocidas de peces es, para los más indefensos y peor preparados, un sinónimo de que la vida corre el grave riesgo de ceder terreno en beneficio de aquellos otros mejor preparados y con mayores recursos para la supervivencia.

Tal vez es por eso por lo que en un mundo casi desconocido como el que hay bajo la superficie del agua, algunos peces se han adelantado a los contratiempos y han aprendido mediante inteligentes técnicas de camuflaje a pasar desapercibidos, bien ante sus depredadores, bien ante sus depredados.

Todos hemos visto el perfecto y precioso «maquillaje» del que hacen gala los peces planos (rodaballos, lenguados, etc).

 

Color como sistema de defensa

Imitar el color del hábitat garantiza permanecer ocultos incluso a plena luz del día. Por otro lado y en ocasiones, un cambio de color antecede a un posible ataque, algo así como un aviso de lo que está por venir. En este caso el objetivo quizás no radica en autoprotegerse, sino en indicar al intruso que llega en “mal momento”. Éste es un hábito que se da con bastante frecuencia en algunas especies que, como las vaquetas (un pez de la familia de los lábridos), es muy común junto a las praderas de posidonias.

En el polo opuesto podemos encontrar, sin embargo, aquellos peces que descaradamente ofrecen sus llamativas libreas sin miedo a ser tomados como un suculento bocado por parte de algún desaprensivo predador. Pero lejos de lo que uno llegue a pensar, no han tomado el camino equivocado, ni mucho menos, como ahora vamos a ver.

El color, o mejor ciertos colores, así como la combinación de dos o varios de ellos, dice mucho para todos aquellos peces que saben perfectamente interpretar el significado de ciertas libreas. Nada suele escatimarse cuando se trata de avisar al resto de peces sobre las repercusiones que puede acarrear querer usarlos como “desayuno”. Por este motivo la naturaleza ha dotado a muchas especies con coloraciones y libreas tan llamativas que hacen creer, a quien desconoce su significado, que engullirlas o buscar un enfrentamiento es casi un suicidio. Por supuesto, nos referimos a aquellos peces cuyos tonos predominantes son el amarillo y el negro. No hacer caso de estas señales puede hacer sufrir al supuesto depredador unas secuelas que, en el peor de los casos, finalizan con la muerte, pasando así de predador a víctima (no depredado), todo por no saber interpretar las normas que la madre naturaleza ha impuesto en estos temas. Y es que siempre resulta complicado que un pez tome algo que sabe que le puede resultar peligroso.

 

El dimorfismo sexual

Por otro lado, el color no sólo indica una amenaza para el resto de peces, pues también hace alusión al sexo, al estado de ánimo, y también avisa del momento de reproducirse. Así, vemos cómo algunos peces, como es el caso de las momas, fredís o julias presentan entre sexos un diformismo sexual tan claro que resulta poco menos que imposible confundir cuál es el macho y cuál es la hembra. Por regla general es la hembra la que aparece con tonos más apagados, comúnmente marrones, mientras que los machos exhiben las mejores galas, llenando los acantilados y los roquedales de bellos y llamativos colores.

También hay una clara diferencia en cuanto a la librea que presentan algunas especies en base a su edad: cuando son jóvenes los colores presentan un cierto dimorfismo cuya explicación se debe buscar en la territorialidad de algunas especies. Un color distinto al del adulto va a permitir al joven desarrollarse sin riesgos de sufrir los ataques por parte de sus mayores, así, vemos cómo la castañuela, una de las especies más abundantes que podemos encontrar en el Mediterráneo, se caracteriza por una librea de color marrón en su estado adulto, en contraste con el azul luminoso de su etapa de alevín.

 

Un efectivo par de ojos

Entre otras curiosidades que podemos ver en el mundo de los peces, cabe destacar la facultad que tienen algunas especies para salir airosas de un posible enfrentamiento con un depredador: Son los que incorporan en sus aletas, por regla general en las dorsales, una réplica de lo que podrían ser un perfecto par de ojos, nos estamos refiriendo a lo que se conoce como ocelos (algunas especies también simulan ojos en la unión del cuerpo con la caudal). Un ejemplo sencillo de comprobar lo encontramos en el oscar, un pez de acuario que reúne esta peculiar y efectiva cualidad. Algunas variantes del pez escorpión, muy común en nuestras aguas, también poseen estos tipos de falsos ojos.

Entre aquellas especies que presentan ocelos próximos a su aleta caudal, citaremos al sargo común, la oblada, la vaqueta o el raspallón, por poner tan solo unos ejemplos. El fin que persiguen no es otro que evitar sufrir un ataque en órganos vitales, como serían la cabeza o branquias. Está comprobado que la mayoría de las agresiones que se producen en el mundo acuático tienen como destino final la cabeza, la parte más delicada del pez.

Tanto los depredadores como aquellas especies predestinadas a servir de víctimas lo saben, y por eso los más vulnerables tratan de engañar al posible depredador ofreciéndole una falsa referencia sobre la situación de su cabeza. En el mejor de los casos el atacante se quedará con parte de la cola de su víctima, mientras que el atacado y al menos en esta ocasión, podrá contarlo, y todo gracias a su efectivo par de ojos falsos.

 

En brazos de morfeo

Cuando el sol comienza a descender por el horizonte, haciendo que sus rayos se conviertan en largos brazos que atenazan la superficie del agua, éstas empiezan a teñirse en sus capas más profundas de un intenso azul oscuro, preámbulo de la inminente llegada de la noche.

Es precisamente en este momento cuando muchas especies que han permanecido ocultas ante otros peces a lo largo del día, inician su periodo de máxima actividad. Muchos pescadores pueden creer que esto solo sucede en aguas del litoral porque las especies que encontramos en agua dulce exclusivamente se alimentan de día, pero pensar así es un gran error.

Tal vez la diferencia se encuentra en que mientras en el mar existen especies perfectamente adaptadas morfológicamente a la noche, como es el caso de la morena o la brótola de roca, en el río el hábito de alimentarse en periodos de baja luminosidad depende más bien de motivos puramente circunstanciales, como son el caso de la sobrepresión, la temperatura del agua, etc.

Pero siempre que exista la posibilidad de poder encontrar peces perfectamente capacitados para alimentarse de noche, se corre el riesgo de cruzarse en el camino con aquellos otros que son susceptibles de ser comidos por estos. El mayor riesgo viene cuando a las diferentes especies de hábitos diurnos les llega la hora de rendir cuentas con morfeo, es decir, cuando se encuentran dormidas en sus diferentes refugios.

Lo más propio es que se protejan y que utilicen las grietas y oquedades de los acantilados, pero incluso así, para ciertos peces esto no termina de resultar del todo muy seguro. Tal vez por este motivo los peces loro, una especie habitual de aguas cálidas, se cubren durante la noche de una especie de burbuja conocida como “moco protector”, que impide a sus depredadores detectar su presencia mediante el sentido del olfato.

Algunas especies de lábridos, entre las que se encuentran las doncellas y los fredís, tienen otro sistema menos peculiar pero no exento de imaginación para no ser devorados por los depredadores noctámbulos: Consiste simplemente en enterrarse bajo los fondos arenosos durante las horas del letargo nocturno.

 

Comportamiento sexual

Una de las curiosidades que más suelen llamar la atención a los neófitos son las relativas al comportamiento sexual de algunos peces, destacando entre todas ellas el hermafroditismo, la facultad de poder cambiar de sexo dependiendo en algunos casos de la edad o del tamaño, y en otros del número de machos o hembras presentes en un mismo asentamiento.

Estos casos se dan con bastante frecuencia en nuestras aguas, siendo un claro ejemplo la mojarra, especie muy común que en su primera fase de vida tiene la condición de macho, para pasar tras un periodo de tiempo a transformarse en hembra. Pero esto no es hecho aislado, ya que en la dorada encontramos otro claro ejemplo de especie hermafrodita.

Como estamos tratando el tema de las rarezas que existen dentro del mundo de los peces, no podríamos pasar por alto la que ostenta una de las curiosidades más grandes que existen en lo relativo al “cambio de sexo”, porque también los peces pueden cambiar de sexo dependiendo de la cantidad de machos o hembras que existan dentro de una misma colonia, una facultad muy común entre las julias para garantizar un equilibrio completo entre unos y otros.

 

Las aletas y su doble funcionalidad

Ya sabemos que las aletas de los peces son unos miembros o apéndices que les permiten poder efectuar todos aquellos desplazamientos y giros que necesitan realizar bajo el agua, pero… ¿estaríamos seguros al afirmar que sólo sirven para eso?

Resulta poco menos que curioso comprobar que algunos peces, como es el caso de la tremielga, pastinaca, águila marina, y en definitiva los machos de aquellos que conocemos como cartilaginosos (incluyendo los tiburones), han modificado durante siglos de continua evolución sus aletas pelvianas a modo de pequeños penes, logrando de este modo poder realizar la fecundación interna que les caracteriza.

 

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